El ruido escapaba de la posada cada vez que la puerta se abría para que algún tipo fuera sacado a patadas por el enorme humano que la guardaba, podía llegar a los dos metros, dos metros de carne rosada cubierta de tatuajes y cicatrices, en cualquier otro lugar podía haber pasado por un guerrero, en la puerta de la “Estela de barro” no era mas que
un vulgar matón.
La vieja túnica que cubría el cuerpo abotargado del enano hace tiempo que ha perdido el color y ahora era el hogar de pulgas y chinches, la mayoría morían al beber la sangre cargada de alcohol de Omyorgo. El aire viciado le golpeo la nariz chata cuando entró por la puerta, la barba empapada formaba un ridículo bulto bajo la capucha roja, aun así nadie le presto atención, pues todo el que se atrevía a pasar la noche en la Estela de Barro tenia algo que ocultar y no siempre era una buena idea sacarlo a relucir. El tipo famélico y picado de viruelas de la barra parecía ser “Barro”, cuatro cabellos caían como gusanos húmedos sobre su rostro, unos ojos pequeños y hundidos miraban nerviosos a todas partes y la nariz mas torcida que Omyorgo había visto en su vida hacia que la voz del posadero sonara como la de un ratón asustado.
- Llénala - dijo el enano poniendo la enorme jarra tallada sobre la barra
- Claaro..y quiere el marques que le frote el trasero también? Aquí se bebe en mis jarras extranjero!- arrancó de las manos de un borracho dormido una jarra a medio acabar y la rellenó de cerveza aguada, el líquido salpicó el rostro del enano cuando se la puso en frente- dos de cobre, enano
El enano, miro al su alrededor, al lugar en el que iba a pasar la noche, hacia días que huía de sombras que desconocía y apenas había comido en una semana, instintivamente llevó la mano al frasco entre los pliegues de la túnica, junto al hacha que ocultaba. El cristal parecía latir y le despejó la mente nublada por el humo y el ruido. Nunca golpees al tipo que va a preparar tu comida, pensó.
- Aquí las tienes…quierro también una habitación en la planta baja y algo de comerr- apuró la jarra ante la sonrisa del posadero- ah..si vuelves a hablarme así- el ojo azul brillo bajo la capucha- te matarré- la sonrisa desapareció del rostro picado de viruelas.
Las dos figuras llegaron pasada la media noche, Omyorgo los observó desde el oscuro rincón, rodeado del humo marrón y dulzón de la última bolsa de tabaco que le quedaba. Portaban dos armaduras negras sin emblema ni blasón, no se molestaban en ocultar las espadas ni el rostro, oscuro el de uno, pálido como la luna llena el de el otro. Por como caminaba el moreno parecía obvio que ocultaba algo entre las grebas, era diestro…pero parecía poder blandir la espada con la izquierda y aun poder cortarte en dos. El segundo en cambio, parecía moverse con cierta gracia, sus gestos eran mas los de un noble que los de un simple soldado, el cabello lechoso le cubría los hombros metálicos como un manto de seda, al enano casi le recordaba a los elfos de la casta Asur, excepto por su mirada…dos ojos rojos como gotas de sangre examinaban el salón buscando algo, y fueron a posarse precisamente sobre Omyorgo. Las miradas de ambos siguieron acosándole mientras comía entre el gentío, y aun después de que la mayoría se hubiera marchado. Las puertas de la posada estaban cerradas y el enorme matón de la entrada se estaba encargando de atrancar todas las ventanas. Cuando la hierba se acabó por fin, el enano se levantó pesadamente y se dirigió hasta la húmeda habitación, seguido por aquellos ojos rojos.
Sin duda había dormido en sitios mucho peores y las ratas que caminaban sobre el colchón de paja no le quitaban el sueño, se retiró el parche del ojo y la cuenca rosada y vacía se lleno de aire viciado, y así, con un ojo abierto, se quedó dormido.
Ya había oído los pasos torpemente amortiguados por el pasillo, y había escuchado perfectamente a la figura cuando hizo girar la llave en la cerradura de su puerta. Reconoció el sonido de la hoja al salir de la vaina y una sonrisa se le dibujó en el rostro. La sombra se lanzó sobre el colchón y acuchilló el cuerpo del enano, ni siquiera había descubierto aun que se trataba de una almohada cuando el hacha le lamió las costillas, abriéndose paso entre los pulmones y apagando el grito ahogado del matón que horas antes cuidaba de la puerta principal. La sonrisa del enano desapareció de su rostro cuando vió el arma que empuñaba aquel tipo, el acero oscuro del caos parecía latir cuando la sangre del que lo empuñaba le bañaba lentamente, ya sabemos que ocultaba el moreno en la rodilla. Sin duda la pareja no tardarían en subir y él se encontraba en desventaja, una vez mas se veía obligado a huir. Aferró el frasco de cristal contra su pecho mientras salía por la ventana de la habitación, y una vez mas sus latidos consiguieron calmar la rabia del enano...
Un año Despues
El viento frío de Karaz-a-Karak le lleno los pulmones de vigor, aquel rastro de sangre de bestias y asaltantes que había ido dejando por el desfiladero había conseguido fatigarle, llevaba demasiado tiempo sin regar aquellas montañas, sin bañar de sangre el cuerno rojo, podía sentirla atravesar la nieve bajo sus pies, escuchaba como se abría paso lentamente en la roca para humedecer finalmente los techos que los enanos habían construido. Todo esto y mas le confiaba la montaña a su hijo, le había llamado en sueños y su grito fue escuchado, le había subido en ellos a su cumbre mas alta y allí arriba le había mostrado su lamento, y su dolor fue compartido, juntos habían aullado, enano y cima a las tristes figuras que manchaban su falda blanca. Y en la cima del Reino Caido, el enano le mostró a la madre el tesoro que había protegido durando todo aquel tiempo, iluminando la cima del mundo con su fuego sagrado .
Los enanos habian acudido a su llamada, ahora que la sombra lo cubre todo, y huir no sirve de nada...