Debilidad

Zok ni si quiera se apartó al recibir el ataque del soldado imperial. La frágil espada rebotó contra la robusta de oscuro metal. Hubiese reído de satisfacción al atravesar el pecho del hombre con su espada rúnica, pero no sentía ganas. Ni siquiera tenía la necesidad de gritar como un poseso por el olor de la batalla. No, no encontraba ningún tipo de diversión en lo que estaba haciendo, era aburrido, monótono. Matar, matar, matar y seguir matando a enemigos que no tenían siquiera la habilidad para detener su primera estocada. ¿Cuántos llevaría ya? ¿Cien? ¿Doscientos? ¿Mil? Un nuevo soldado cargó con su alabarda. Zork partió el arma con su espada para luego destrozar la cabeza del imperial de un puñetazo. Era todo el rato lo mismo.

Ya no tenía ganas de avanzar. Se detuvo en mitad de la plaza y miró a su alrededor. Adoradores del Caos y hombres inferiores luchaban entre sí, unos para hacerse más fuertes y otros para sobrevivir. ¿Cómo podía ser? ¿Solo llegan a esto sus ganas de vivir? ¿Tan poco atados están a la vida? No, su mente lo negó. Si que estaban atados a la vida, demasiado. Tanto que estaban aterrados y en lo único que piensan es en huir para salvarse mientras los demás mueren. “Son débiles, no como tú” se dijo a sí mismo. No, no había sido él y lo sabía. Desde que tomo las armas siempre había tenido una segunda voz que lo alagaba y elevaba. Al principio confió en ella pensando en que era su propio pensamiento, pero cuando se quiso dar cuenta ya era demasiado tarde. Había sido demasiado débil en su tiempo y lo seguía siendo. Rendía pleitesías a un ser que según le habían enseñado era superior. Pero, ¿por qué? ¿Qué más daba que fuese superior? ¿Por qué tenía que hacer lo que ese ser le ordenaba? ¿Acaso no era lo mismo que hacían aquellos hombres con sus Dioses Menores? ¿Acaso la única diferencia entre ellos eran los Dioses a los que adoraban? Entonces, ¿no les convertía eso a ellos en los débiles pues dependían de Dioses más poderosos para seguir adelante?

Un grito de guerra salvaje lo despertó de su meditación. Otra vez igual. Allí estaba Uzzghel, el enloquecido Paladín que le mandaba. Nunca le había caído bien, era salvaje, alocado y solo deseaba pelear. Uzzghel era un buen guerrero, pero no lo suficiente. Le había visto luchar en muchas ocasiones, sabía que era mejor que la mayoría, pero como mucho podría aguantar tres o cuatro ataques de su espada. Podía desafiarlo sin problemas y hacerse con el Poder del ejército, pero el Poder no era algo que Zok desease, ya no. El Paladín del Caos golpeó con su maza a las piernas de un aldeano armado con una horca, que caía al suelo con los huesos rotos, mientras con su hacha partía en dos a un arquero. Zok rió por la ironía. Uzzghel era un salvaje, pero no era estúpido. Los Adoradores del Caos se basaban en el liderazgo del más fuerte y el más fuerte solía ser el que más enemigos mataba o el que mataba los enemigos más poderosos. El Paladín siempre hacía los mismo, se dirigía a los enemigos más débiles para sumar puntos sin cansarse demasiado y luego acababa con los guerreros más poderosos del ejército enemigo. A fin de cuentas, el también era débil.

Un joven aldeano armado con una espada corta se interpuso en el camino de Uzzghel. El Paladín lo acometió con pereza, a lo que el joven respondió con una esquiva y un contraataque que partió en dos el yelmo del Guerrero del Caos. Furioso por la deshonra de ser atacado por un enemigo inferior lo envolvió de una locura sangrienta. El joven esquivaba los golpes con rapidez y determinación. En un momento Uzzghel hizo un corte horizontal con ambas armas. El chico rodó hasta ponerse al lado del guerrero, con un rápido movimiento cortó de cuajo la pierna de su enemigo. Le agarró el pelo y echó su cabeza atrás y le cortó la garganta. El Paladín cayó al suelo mientras un charco de sangre surgía de debajo de él.

Zok avanzó al joven y lo estudió. Aún no había llegado a la madurez, aunque no le faltaría tampoco mucho. No era alto, pero su forma de erguirse lo hacía parecer un gigante; era delgado pero musculoso; sus vestiduras eran humildes, casi pobres; la espada que portaba no era de gran calidad, pero de ella emanaba una energía que nunca había visto, no parecía magia. No era más que un chico cualquiera, ligeramente más preparado que otros para el combate, pero su presencia lo abrumaba, sabía que delante de él tenía el rival que tanto había estado esperando. Un rival digno.

- ¿Cómo te lamas muchacho? –preguntó la voz de inframundo del guerrero.

El muchacho lo miro imperturbable.

- Edmund –respondió.

- Reza a tus Dioses Edmund, esta será una noche larga.

- No necesito Dioses guerrero.

Zok avanzó presto a luchar. Sus sospechar no eran erróneas, aquel joven lograría superarlo, aquel joven lograría matarlo, aquel joven era fuerte.