Fuego. El rebelde e incombustible fuego. Aquella cerilla refulgía en la oscuridad al igual que una estrella sola ilumina el firmamento. Que parecido era en aquellos instantes a aquella estrella. Solo y callado. Habían pasado ya muchos días vagando solo en sus viajes y empezaba a estar cansado de aquel frió húmedo de los bosques. Aun así, Deklam no estaba preocupado por su situación, su condición de enano le hacia resistir con el mismo fulgor que aquella estrella demostraba cada noche frente a la soledad.
Deklam agachó ligeramente su cabeza y llevándose a la boca uno de sus puros lo encendió con aquella cerilla que aun resistía prendida en aquella oscura noche. Con un rápido movimiento de muñeca, apagó aquel fósforo y lo arrojo a su espalda.
Una barba de tono rojizo oscuro cubría su pecho y tronco hasta la cintura. Adornada con broches de cobre con la marca de su clan. Lleva la cabeza al descubierto, salvo por una capucha adherida a su capa, con la que suele protegerse del viento o la lluvia. De vez en cuando, usa unas gafas hechas por el mismo, al estilo aviador que sirven tanto para forjar como para la batalla. Lleva un traje de cuero duro, al estilo de un autentico montaraz, bordado con las insignias de su gremio. Un rifle le cuelga del hombro. A la espalda lleva una mochila grande y unas alhajas, todo lleno hasta reventar de artilugios de ingeniería además de materiales para hacer aun más cachivaches. Las facciones de su cara son demasiado finas como para un enano y sus azules y penetrantes ojos le otorgan un aspecto frió y distante.
“Ya es hora de montar el campamento, habrá que buscar un claro donde pasar la noche”.- pensó Deklam - “¿Dónde he metido ahora esa maldita brújula?”. Empezó a rebuscar en uno de sus muchos bolsillos con las dos manos a la vez mientras agarraba el puro con los dientes.-“Aquí estas mal nacida, tendré que acabar inventando algo para poder localizarte mas rápido. Localizar a un localizador, bonita ironía”- sentenció. Echando un ojo a aquel objeto acabo por orientarse y echándose a la espalda su gran mochila llena de artilugios se dispuso a ponerse en marcha mientras daba una gran calada a su cigarro.
Desde que había entrado en aquel bosque no podía de dejar de pensar en su pasado sin saber por que. Aquel sitio le resultaba extraño. El aire era húmedo, la tierra demasiado blanda y había pocas presas que cazar. De momento le había dado justo para alimentarse, un par de conejos cazados esa misma mañana habían ayudado mucho. Definitivamente las trampas de proximidad estaban resultando inmejorables, quizás era hora de comenzar a probarlas en batalla.
Deklam no era un soldado, era un ingeniero. Aun así, al igual que todos de su raza, tenia un instinto básico para hacer la guerra. Aunque no había nunca desarrollado sus habilidades en combate cuerpo a cuerpo, es un experto tirador. Como cualquier ingeniero, conoce a la perfección sus inventos y su funcionalidad, y eso mismo era su estilizado arcabuz. Llevaba años mejorándolo y perfeccionándolo, y estaba convencido de que algún día será capaz de acertar a un blanco a 600 metros sin ninguna desviación.
Había partido de Zhuffbar semanas antes, sus problemas con el gremio de ingenieros habían acrecentado una gran tensión y su situación se estaba haciendo insostenible. No podía soportar la manía de los maestros ingenieros más mayores de conservar cada principio o ley, aunque supiesen que estuviese anticuado. Deklam siempre había tenido algún que otro problema con el gremio por ser un ingeniero bastante progresista para su raza.”Todo es mejorable” era su lema y se veía reflejado en cada uno de sus inventos. Siempre estaba dispuesto a mejorarlo y perfeccionarlos, igual que su rifle.
Había acabado optando por abandonar la ciudad que mas influencia tenia el gremio de ingenieros. Tampoco era una mala señal, todos los ingenieros de reconocimiento y prestigio en algún momento de sus vidas abandonaron el gremio o lo dejaron apartado para poder llevar a cabo su arte. Necesitaba aires nuevos, conocimiento freso… aunque esto fuese dejar atrás la casa de su infancia y temprana juventud y su familia, o mejor dicho, lo que quedaba de ella.
Como todo buen ingeniero que se precie, Deklam había ingresado en el gremio de ingenieros, ya por tradición familiar, dado que su tío impartía clases a los alumnos más jóvenes. No pudo seguir los pasos de su padre. Quedó huérfano a temprana edad cuando una partida de orcos irrumpió en su asentamiento. Si no llega a ser por el valor y la destreza que demostraron su padre y los vecinos del lugar, hubieran muerto todo aquel día. Su madre, instó a unos amigos de la familia a que se llevasen al niño con alguno de sus parientes, sin embargo, ella se quedo allí ayudando a su marido y a sus compañeros con los heridos. Nunca se supo más de ellos. Años mas tarde, cuando el asentamiento fue otra vez conquistado por los enanos y el agravio fue saldado, no lograron saber nada de los habitantes que un día yacieron allí. Por eso mismo, para Deklam, el agravio no ha sido vengado aun, y el mismo procesa un odio hacia los pieles verdes inimaginable aun entre los de su raza. Es esto lo que hace que Deklam se una a cualquier batalla allí donde se la encuentre, y no duda ni un instante en presentar combate contra cualquier orco por grande y apestoso que sea.
Notó como empezaba a llover. “Maldita sea, uno de mis mejores puros echado a perder”-pensó Deklam-“Una vez húmedos, la textura ya no es la misma y pierden todo su aroma”.
Con un gesto de desaprobación, cogió el cigarro y lo lanzó de mala gana junto a unos helechos. Se echó la capucha por encima y empezó a buscar un cueva en la que guarecerse o por lo menos un resquicio bajo el que poder taparse. Al igual que para el fuego, el agua no era el mejor amigo de un enano.
Caminó largo y tendido, solo se podía escuchar el tintineo de sus alhajas, la pisada de sus botas sobre la hierba mojada y el crepitar de la lluvia al caer contra la roca. Ningún animal se atrevía a asomar la cabeza fuera de sus escondites, ni siguiera las aves nocturnas.
Era noche cerrada ya, y estaba ansioso por encontrar de una vez por todas un sitio donde pasar la noche.
Al instante, un gran trueno lo sorprendió.
-Eso ha sonado demasiado cerca como para que proviniese de alguna tormenta...-dijo Deklam a la vez que inspeccionaba el cielo. Recolocándose la mochila prosiguió su búsqueda aunque esta vez en la dirección de aquel estruendo. Al caminar varios pasos empezó a oír el sonido de metales entrechocando y gritos ahogados.
“¿Batalla?”-recapacitó-“¿A estas horas de la noche y con esta tormenta? Y yo que quería descansar un rato…”
De repente, como si una inyección de ánimos y fuerzas se tratase. Deklam echó a correr por la espesura del bosque. Llegó hasta un montículo de escarpada pendiente, menos por el sitio donde el había accedido, desde allí pudo otear todo lo que estaba sucediendo.
Vió como allí mismo, a unos metros de el se estaba desarrollando una encarnizada pelea. Un grupo de enanos era totalmente rodeado por una horda de orcos que les superaban en número. Cogió su rifle, lo cargo con sus mejores balas y quitándose la capucha de la capa con un gesto de la cabeza se dispuso a apuntar contra aquella masa de cuerpos verdes. La lluvia le dificultaba apuntar con precisión, la mirilla se le estaba empañando y desde aquella posición era fácil que lo viesen, así que pensándoselo mejor echó su rifle otra vez al hombro y esperando no llegar tarde, echó a correr colina abajo adentrándose en la espesura del bosque.
Tuvo que dar algo de rodeo, y con las prisas casi tropieza con una roca, sin embargo, sus ansias por matar pieles verdes y el deber de ayudar a sus hermanos hacía que Deklam corriese y se desenvolviese por el bosque como nunca un enano había hecho.
Oyó voces. Supo que la batalla estaba cerca, ya podía oler a los asquerosos orcos y sus cuerpos llenos de sucio excremento. Sin pensárselo dos veces volvía a empuñar su rifle, y besándolo con una dulzura nunca viste susurró “No me falles esta noche”.
Súbitamente apareció de entre los árboles un enano seguido de cerca por un orco Al instante, Deklam se llevó la merilla a la cara y justo cuando el pielverde alzaba su rebanadora para asestar el golpe definitivo a su victima, Deklam apretó el gatillo.
Pudo ver como aquella bala atravesó la distancia que los separaba mientras zumbaba por el aire rompiendo la lluvia. El proyectil se alojó en la garganta de aquel apestoso ser.
-Parece que estas en apuros, ¿necesitas ayuda hermano?- Aquel enano parecía a punto de desfallecer, estaba embadurnado de sangre y su armadura llena de golpes, sin embargo, en su mirada se podía ver el mismo fuego que llenaba el alma de Deklam.
-Parece que me has salvado la vida, mi nombre es Malakay Ironrose.
-Déjate de chorradas y no te quedes ahí parado, estos tíos no vas a parar a que nos presentemos. Pero soy Deklam-terminó de decir. En ese preciso momento vio aparecer entre los arbustos un par de orcos mas y sin vacilar les disparo corriendo la misma suerte que el primero.
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