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 Historia de los Asur

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Eändril

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MensajeTema: Historia de los Asur   Historia de los Asur Icon_minitimeVie Jun 06, 2008 2:24 am

Historia de los Asur


La Era del Despertar

"Hijos míos, mientras me siento y veo a los que os habéis reunido aquí para escuchar mis palabras, observo en vuestros rostros los fantasmas de los camaradas que ya hace mucho tiempo que desaparecieron de este mundo. Mi corazón sigue sangrando cuando recuerdo las imágenes del pasado y éstas me siguen atenazando con tanta intensidad como el día en que ocurrieron. La tristeza de los recuerdos que vienen a mi memoria ya no es más que un débil eco de voces y risas en mi torturada mente. Y, por todo el dolor que causa el recuerdo, sé que no podré llegar a vivir sin estos pensamientos pues son la escencia de mi ser, la prueba de que sigo vivo. Cada lágrima de pena que he derramado me ha hecho cobrar nuevas fuerzas y, por cada herida sufrida, llevo una cicatriz de dolor; por cada pérdida acontecida he encontrado una promesa de esperanza.

Cada uno de los que os sentáis aquí reconoceréis la verdad de mis palabras y comprenderéis que no estáis solos. Somos el pueblo de Ulthuan y, como sufrimos mucho en el pasado, comprendemos esto, igual que lo entiende nuestra tierra. Porque somos uno con nuestra tierra y nuestros destinos, historias y sentimientos están tan interrelacionados como los troncos de las enredaderas que se encaraman por nuestras torres más altas. Siempre hemos vivido en armonía con el mundo que nos rodea, pero fue Aenarion el Defensor el que por primera vez despertó a nuestra gente de sus sueños perdidos. Por sus venas corría el poder de un dios y, guiado por nuestro Asuryan, fue él quien reunió al pueblo élfico y lo lideró siempre hacia delante. Recuerdo con claridad cuando mi padre me hablaba de las visiones que le sobrevenían, del poder que sentía crecer en el interior de su débil alma cuando comprendió que Ulthuan estaba viva y respiraba dentro de su corazón. Este conocimiento nos ha acompañado siempre y ahora vivimos ignorantes del hecho de que nuestro pueblo fue una vez una débil llama consumida por el infierno del Caos.

Aenarion fue el primero de nuestra raza en sentir el poder y éste lo acorraló. Luchó contra la marea de opresión que había consumido a nuestros ancestros y ssu coraje le sirvió de faro en la oscuridad.

Nuestros antepasados lucharon contra los horribles demonios que aparecieron en nuestras costas y, durante un corto periodo de tiempo reinó la paz. Mientras la Reina Eterna daba a luz el fruto de su unión con Aenarion, la hermosa Yvrainne y el noble Morelion, mi madre hizo lo propio conmigo y mi hermano gemelo. Fue la primera vez en nuestra historia en que crecimos en número y ahora podemos enorgullecernos de aquella época y llamarla la Era Dorada.

¡Ay de nosotros! Pues la luz que encendieron los Asur también atrajo la atención de una presencia mucho más cruel y oscura. Los servidores del Caos nunca pueden ser destruidos del todo y, por eso, regresaron. Con la venganza ardiendo en sus almas condenadas, asesinaron a la Reina Eterna. Pensando que sus amados hijos habían sido asesinados, Aenarion, con dagas frías atravesándole el corazón, empuñó la Espada de Khaine. Ningún dios ni ningún mortal podía resistirse a su ira y así se puso al frente de sus tropas y emprendió la guerra contra el Caos. Ningún demonio podía igualar su furia, pues luchaba con el corazón helado y amargado por el odio. Fue durante esa época cuando mi padre lo acompañó como su leal guardia personal. Luchó junto a su Señor el día que liberaron a Morathi de manos de una banda de adoradores del Caos y fue mi propio padre el que rompió sus cadenas. Aenarion cayó preso de sus encantos; Morathi la Hermosa, Morathi la Oscura, Morathi la Bruja. Aenarion quedó cegado por su belleza y se negó a reconocer que ella había estado contaminada por las fuerzas del Caos. Morathi, gracias a sus artimañas, compartió el lecho de Aenarion y le dio un hijo, Malekith, el Maldito. Maldigo el día en que este maestro de la Oscuridad llegó a ese mundo y, si alguno de nosotros hubiese sabido cómo se extendería su maldad, lo habríamos matado el mismo día en que nació.

La guerra de Aenarion contra las hordas del Caos se fue extendiendo, sin cesar, por todo Ulthuan y su ira no conoció límite alguno. Juró que no descansaría hasta que todos los sirvientes del Caos hubiesen sido aniquilados y nadie dudó de la determinación de Aenarion. Pero nosotros éramos pocos y los demonios muchos. No podíamos soportar las pérdidas que sufríamos durante esta guerra eterna y, por esta razón, Caledor reunió a todos los sabios de los Asur. Juntos idearon un plan tan enrevesado que, si llegara a fallar, el destino del mundo quedaría sellado. Los ancestrales círculos de piedra se utilizaron para canalizar una fuerza mágica que acabaría con la magia del Caos que saturaba la tierra en aquellos días. Al ejecutar esta acción, los demonios quedarían confinados en su abismo eterno. Mientras los magos se reunían en la Isla de los Muertos para lanzar los potentes hachizos necesarios para lograr este gran objetivo, mi padre se unió a los guerreros que luchaban contra la marea del Caos.

Los demonios sabían que su existencia real, el vínculo que los unía a nuestro mundo mortal, estaba amenazada por esta acción, así que cuatro grandes demonios reunieron sus hordas para atacar a la hueste de los Asur. Pero no habían contado con Aenarion. Se dice que lo llamaban "hermano" y que no eran falsos en sus demandas, pues Aenarion había superado los poderes de todo elfo viviente. Pero, aunque ya no presentaba mucho parecido con los de nuestra raza, tampoco estaba relacionado con aquellas horripilantes criaturas. En una titánica batalla, Aenarion y su noble dragón, Idraugnir, sacrificaron sus vidas para acabar con los demonios. En aquel aciago día perdí no solo a mi rey, sino también a mi padre. No regresó de la batalla. Todo lo que me dejó fue su magnífica espada saturada con su energía y su poder. En la batalla puedo sentir el espíritu de mi padre fluyendo a través del arma y estoy seguro de que, cuando abandone este mundo, mi espíritu también pasará a formar parte de la espada.

Ulthuan había encontrado por fin la paz, pero también se había quedado sin nadie para gobernarla. Para regocijo de todos, se encontró a los hijos de Aenarion sanos y salvos. El poderoso hombre árbol Corazón de Roble que, hasta ese día, descansaba en las profundidades de Avelorn los había puesto a salvo. Yvrainne fue coronada como la nueva Reina Eterna para que en ella siguiese vivo el espíritu de Astarielle. Morelion fue enviado al este con una escolta como guardia personal para que la estirpe de Aenarion pudiese sobrevivir. Su destino se desconoce y, aunque el Consejo envió flotas de barcos en todas las direcciones en busca de cualquier rastro de su nave, no se supo nada de su paradero.

El Consejo se reunió para elegir un heredero al trono. Muchos pensaron que la estirpe de Aenarion florecería de nuevo en Malekith y que éste se convertiría en el nuevo Rey Fénix, pero no somos una raza impulsiva y, por ello, los ancianos estuvieron debatiendo durante meses. La sangre de Aenarion corría por las venas de Malekith y, si bine era cierto que bajo el noble reinado de Aenarion habíamos crecido en sabiduría, también habíamos sufrido siglos de guerras ininterrumpidas y anhelábamos la paz. La vida ensombrecida de su padre y la influencia de su madre habían dejado huella en Malekith y, por ello, no se conderó adecuado para reinar. El Consejo escogió a Bel-Shanaar, un sabio y justo gobernante que ya había probado muchas veces su valía y arrijo en la guerra.

La Era de los Descubrimientos

Fue una época de alegría y paz en la que Ulthuan creció en poder. Nuestras naves surcaron los océanos e hicimos pactos con muchos nuevos aliados. Los Asur eran una raza poderosa y todos deseaban prosperar gracias a nuestra amistad. Compartimos libremente nuestros conocimientos y quizá este fue nuestro error, pues no imaginábamos lo traicioneras que eran las otras razas. Entablamos fuertes relaciones de amistad con los Enanos y el comercio floreció en Ulthuan. Juntos, Elfos y Enanos logramos expulsar a las hordas del Caos de las tierras que posteriormente serían usurpadas por los Humanos y que recibiría el nombre de "Viejo Mundo". En el interior de la fortaleza de Karaz-a-Karak, Bel-Shanaar firmó un tratado de amistad eterna con este pueblo. En esos momentos no sabíamos lo poco que significaba la palabra escrita para los Enanos y que deberíamos haber grabado el tratado en piedra, pero, en aquella época, significaba la paz.

Mientras Malekith vagaba por el mundo en un viaje de descubrimiento, mi hermano y yo crecimos y nos convertimos en magníficos guerreros. Aprendimos las técnicas de los cazadores de Cracia y ninguno podía superar al otro. Juntos éramos fuertes, ya que podíamos hacer frente a cualquier problema que se nos presentase. El poder de dos Elfos unidos es muy superior al de cuatro individuos. Y así era nuestra gente. Éramos una raza que, junta, podía caminar por un sendero de armonía invencible.

Pero, al liberar al mundo de la maldición del Caos, nos habíamos debilitado. Creció nuestras autocomplacencia, olvidamos el espíritu de armonía que nos unía con nuestra tierra, bajamos la guardia y finalmente, los adoradores del Caos regresaron. Los Elfos que se habían enriquecido gracias al comercio perdieron el rumbo y sucumbieron a la codicia. El esplendor de Ulthuan era tan grande, que se conformaban con vivir como parásitos a costa de los botines que la hermosa isla les había proporcionado libremente. Cogieron cuanto había en Ulthuan sin devolver nada a cambio y, una vez más, encontraron una base sobre la que asentarse en forma de Slaanesh, el Dios del Placer.

La líder de los adoradores del Caos no era otra que Morathi. Quizá la seducción de Caos la encontró débil y rompió sus defensas; quizá su corrupción nunca había sido totalmente erradicada. Como viuda de Aenarion, utilizó su influencia para conseguir muchos seguidores para su culto y florecieron prácticas terribles pos toda Nagarythe. Al principio, los sacrificios de ganado eran habituales. Aborrecíamos estas prácticas, pero las permitímos y, en poco tiempo, comenzaron a propagarse historias terroríficas sobre desapariciones de habitantes de pueblos y aldeas. Cuando Malekith regresó de sus viajes denunció a su madre y la acusó de ser la consorte del Caos. De esta forma comenzó la gran purga. Una vez más, nuestra gente acechaba vigilante la oscuridad que rodeaba sus almas. ¡Ay de nosotro! Pues con estas purgas llegó la desconfianza y nuestros vecinos, antes libres para poder expresar su amos por los otros, ahora cerraban sus puertas consumidos por el miedo.

Malekith se puso al frente de la purga y emprendió esta tarea con verdadero vigor. Los nobles que creíamos que eran seguidores de nuestra causa resultaron ser servidores del Caos y Malekith les dio un castigo rápido y letal. Cómo pudimos traicionar nuestras mayores convicciones y creer en tales mentiras, no lo ´se; pero lloro cuando recuerdo a aquellos que murieron leales a Ulthuan. El pueblo de Nagarythe estaba siendo perseguido justamente y las familias que perdieron a sus seres queridos se alzaron contra el Rey Fénix. Ulthuan se tambaleaba al borde de la guerra civil y el Rey Fénix se había convertido, sin saberlo, en una marioneta de Malekith. Convocó al Consejo en el Templo de Asuryan para decidir cómo evitar la guerra. Fue entonces cuando Malekith reveló sus verdaderas intenciones. Sólo cuando señaló acusadoramente a Bel-Shanaar, descubrió su diabólico plan. En esos momentos advertimos sus verdaderas intenciones y comprendimos que teníamos que luchar contra él. Malekith envenenó a Bel-Shanaar y asesinó al Consejo, pero eso sirvió para que tomáramos consciencia de su oscuro corazón.

Al introducirse en la Llama Sagrada, Malekith intentó demostrar que era dignoo sucesor de su padre, pero, aunque había engañado a nuestra gente, no podía esconder la oscuridad y la corrupción de su alma a la luz de los dioses. Las llamas le abrasaron y fue expulsado del fuego. Sus seguidores recogieron su cuerpo destrozado y lo llevaron de vuelta a Nagarythe, donde su madre le curó las heridas con lágrimas de amargura y buscó venganza por el dolor que habían causado a su hijo. Temiendo que la ira caería sobre ella y sobre su hijo herido, Morathi huyó hacia el oeste y pensamos que el mal había sido expulsado para siempre de nuestra tierra.
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MensajeTema: Re: Historia de los Asur   Historia de los Asur Icon_minitimeVie Jun 06, 2008 2:24 am

La Era de los Conflictos

Imrik, nieto del gran mago del mismo nombre, ascendió al trono de Ulthuan con el nombre de Caledor. Era un guerrero que podía dotar de la fuerza necesaria a nuestro pueblo en esos tiempos de precariedad. Hermano del asesinado Bel-Shanaar, sabía que, mientras Malekith continuase vivo, no podría haber paz. Mientras el Príncipe recibía las noticias de los acontecimientos, yo ya había probado mi valía como guerrero. Había partido de expedición por las montañas de Cracia y había matado mi primer león. De ninguna manera podía pensar que el destino de my Rey y mis primeros pasos para llegar a la edad adulta quedarían irremediablemente entrelazados. Mientras regresábamos de la cacería, escuchamos el sonido de una lucha y descubrimos que era una banda de asesinos que atacaba al Príncipe. Nos pusimos a su lado y dimos buena cuenta de aquellos villanos. Desde aquel día, nuestros cazadores han llevado con orgullo el título de Guardianes del Rey. Para mí significó un gran honor arrodillarme ante Caledor y jurarle lealtad. Mientras los nobles y políticos planeaban cuál sería el mejor modo de repartirse nuestro resquebrajado reino, Caledor fue coronado rey. Su intención era reunir a todos los pueblos y prepararlos para la guerra.

En la vípera de la boda de Caledor con la Reina Eterna corrió el rumor de que Malektih había regresado y se había apoderado del trono de Anlec. En pocos días todo el pueblo de Ulthuan estaba dividido. Los agentes de Morathi habían propagado rumores por todos los reinos de que Caledor era un falso rey, una marioneta de la corte. Los habitantes de Nagarythe se pusieron de lado del traidor y, de esta forma, Malekith pudo reunir un ejército con el que marchar a la guerra contra su propia raza. Convenció a muchos de ellos con su oscuro disfraz y la elocuencia de sus palabras. Mi propio hermano se pasó días recriminándome que me habían cegado los políticos fríos y las ambiciones de la corte, pero él no podía ver el interior de mi corazón, que sangraba con cada recriminación que me hacía. El Culto a Slaanesh, que durante tanto tiempo había florecido en las sombras de nuestro reino, emergió y se volvieron a extender las mentiras y la corrupción. Nadie sabía quién era el verdadero rey salvo aquellos que, como yo, habían visto a Caledor cruzando la Llama Sagrada.

Los ejércitos de Nagarythe eran valerosos y disciplinados. Marchaban con presteza a la guerra y sus hechiceras lanzaban conjuros mortíferos sobre la tierra, pero no contaron con el Rey Fénix. Caledor era un guerrero valiente. Reunió a sus ejércitos con rapidez y, en poco tiempo, la guerra se propagó por todos los reinos. Tiranoc y Ellyrion cayeron, pero el Reino Interior resistió con firmeza. Libramos una gran batalla en el reino de Saphery y vi aterrorizado cómo la magia se combatía con magia. La luz desterró a la oscuridad y las tropas del Rey Fénix obtuvieron su primera victoria real. No puedo describir el honor que recayó sobre mí cuando Caledor me escogió para portar su estandarte. Combatí junto a my Rey con valor y justicia, renunciando a blancir el hacha tradicional de los Leones Blancos que había empuñado mi padre contra las fuerzas de la oscuridad, yal y como él había hecho muchos años atrás. No podíamos acabar con Malekith en una guerra abierta, pero lo vencimos con astucia. Dispusimos trampas y preparamos amboscadas para sus ejércitos mientras marchaban a la guerra. El tiempo era nuestro aliado porque, con cada derrota a manos de los crueles de Nagarythe, más y más elfos se reunían bajo el estandarte de Caledor. En la guerra, la verdadera naturaleza de Malekith no podía disfrazarse y, de esta forma, se convirtió en el Rey Brujo.

La guerra fue sangrienta y ensombreció para siempre mi vida. Pero no pasó demasiado tiempo antes de que Caledor reuniera un ejército dispuesto a vengar las muertes de tantos inocentes. La razón estaba de nuestro lado y sabíamos que no podíamos ser derrotados. En los pantanos de Maledor el Rey Fénix decidió enfrentarse al ejército de Malekith. Fue allí donde tuve que enfrentarme a mi hermano en el campo de batalla. Su antaño bello rostro se había ensombrecido por la sangre de los inocentes, y sus intensos ojos azules ahora parecían las ventanas negras de un alma repleta de odio. Me conminó a que tirase el estandarte y me uniese a él, pero yo sabía que mi causa era la justa. Encendido por la furia, empuñó su arma y me atacó. Desvié el golpe hacia un lado a la vez que le rogaba que abandonase su empeño. ¡Ay de mí! Había sido corrompido por la codicia y el demonio había clavado sus garras en su corazón. De nuevo, volvió a asestarme un golpe y, esta vez, la hoja de su espada se clavó profundamente en mi hombro. Esta herida todavía me duele como si la hoja siguiese hundiéndose en mi carne. Con su daga intentó acabar con mi vida. No tuve más remedio que limpiar su alma y, con una plegaria en mis labios, supliqué a Asuryan que fuese benevolente con él mientras le asestaba un golpe con mi espada, la espada que una vez fuera de nuestro padre, directamente en el corazón.

Se desplomó sobre mí y yo también caí inconsciente debido al dolor de mi herida. Cuando recuperé el conocimiento, supe de las acciones emprendidas por Malekith y cómo había maldecido estas tierras con su magia oscura. Tuve suerte de no ver con mis propios ojos los sucesos que sacudieron Ulthuan. Malekith había ordenado a sus hechiceras que liberasen terribles hechizos de magia oscura sobre nuestra tierra. Ulthuan estaba devastada y lo único que salvó a la isla de hundirse bajo las aguas fue el sacrificio de muchos de nuestros magos. A esta época se la conoció como la Era de la Secesión.

Pero esto, amigos míos, es otra historia. Espero que los recuerdos de las épocas pasadas sigan llenando mi corazón de esperanza, aunque sé que se trata de visiones de un pasado mejor. Cada mes que transcurre tengo la certeza de que nunca volveré a ver la luz que una vez contemplé. Solo los sueños de los jóvenes llenan ahora de alegría mi corazón. Nunca abandonéis vuestros sueños, pues son los que mantienen en nuestro pueblo el convencimiento de que una vez fuimos grandes. Ahora os pido que meditéis acerca de todo lo que os he contado. Las heridas de la traición continúan abiertas y, solo si sabemos enfocar la luz interior que existe en cada uno de nosotros, habremos tenido éxito en nuestra misión. Todavía sigo portando el estandarte de los Reyes Fénix y he librado innumerables batallas a su lado. Por cada batalla en la que he tomado parte he perdido a cientos de camaradas, pero la luz de sus almas sigue brillando en mi corazón. Guardad bien vuestras almas, ya que, mientras siga viviendo la oscuridad, no habrá paz. El Rey Brujo se acerca una vez más y pronto vosotros descubriréis también la angustia de la guerra".
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MensajeTema: Re: Historia de los Asur   Historia de los Asur Icon_minitimeVie Jun 06, 2008 2:25 am

La Secesión

Fue una época de guerra, de luchas internas y de sangre; una época de deshonor y de juramentos rotos; una época de acciones malignas y de oscuras traiciones. Fue la época de la Secesión.

La civilización se resquebrajó en mil pedazos y los propios dioses lloraban al contemplar tanta belleza destruida. El hermano luchaba contra el hermano, el padre luchaba contra el hijo y ninguna madre fue absuelta de la tristeza que conllevaba la pérdida de algún pariente.

La maldad, disfrazada tras una máscara de luz, se extendía como una enfermedad que apresaba a los incautos. Allá donde fuese, florecía la traición; allá donde hablase, se extendía la corrupción. Una vez más, el Caos salió de sus dominios y extendió su vil mano como una sombra sobre las florecientes tierras de Ulthuan.

Cegados por la luz de nuestra propia creación, forjamos un nuevo mundo, ignorantes de las profecías que acechaban tras cada uno de nuestros pasos. Pues era Malekith el Justo, Malekith el Noble, Malekith el Traidor el que se escondía entre nosotros.

El hijo de Aenarion urdía sus viles planes bajo el disfraz del honor. La profecía se había cumplido y un descendiente del linaje de Aenarion rompería el brillante corazón de nuestro pueblo. La guerra intensificó su sed de sangre y su ambición, que no conoció límite alguno, ensombreció su corazón. El mal golpeó, invisible, nuestras almas. Nuestros líderes fueron traicionados y, uno a uno, fueron sucumbiendo. Aquellos que se dieron cuenta del engaño fueron asesinados antes de que pudieran decir nada. Malekith, el Señor de la Oscuridad, se hizo más poderoso.

El engaño acechaba el alma de cada Elfo; la traición devoraba nuestros corazones. Aquellos que una vez habían luchado para defender su tierra ahora se dedicaban a destruir las torres y todo lo que una vez simbolizara la belleza. La destrucción era su meta y el asesinato su grito de guerra, pero jamás nos doblegaríamos a la Oscuridad.

Unidos bajo un mismo estandarte, luchamos para intentar salvar todo aquello que habíamos construido. Aquellos que querían esclavizarnos comprobaron que no íbamos a ceder. Presos de ira, trataron de destruir todo aquello que no podían poseer y así llegó la Secesión. Destrozaron la tierra con terribles conjuros y, durante un tiempo, Ulthuan pareció que iba a desaparecer bajo las aguas.

Sin embargo, tal es nuestra gloria, que incluso en la muerte brillamos. Poderes más antiguos que el propio amanecer de los tiempos lucharon a nuestro lado y nos salvaron. Pero la victoria siempre se cobra un elevado precio y, hasta el día de hoy, lo seguimos pagando con nuestras lágrimas. Lloramos la pérdida de nuestros amigos y siempre nos guardaremos de sus asesinos.

Vivimos eternamente, nuestro espíritu es inmortal y, mucho tiempo después de que el último de los nuestros se convierta en polvo, continuaremos viviendo. Porque somos los Asur y, mientras exista una luz, seguiremos brillando para siempre.


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Última edición por Eändril el Vie Jun 06, 2008 4:41 am, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: Historia de los Asur   Historia de los Asur Icon_minitimeVie Jun 06, 2008 2:27 am

La Guerra de la Barba

"Escuchad, hijos míos, y prestad atención a mis palabras. Esta es la triste historia de cómo el orgullo y la codicia condujeron a una nación a la guerra y provocaron la muerte de muchos inocentes.
Durante el reinado del ilustre Rey Fénix Caledor II, la paz reinó en el mundo y el pueblo de Ulthuan dio la bienvenida a los Enanos. Nuestros ancestros eran los maestros del mundo y no intentaron esclavizar a otros pueblos, sino instruirlos con nuestros conocimientos. Recuerdo bien que los Enanos aceptaron nuestra amistad. En las forjas de los tozudos habitantes de las montañas se construyeron armas exquisitas para nuestros ejércitos y que nuestros mejores magos podían convertir en potentes artefactos mágicos. A cambio, nosotros educamos a su pueblo, pues se trataban de gentes sencillas que aún seguían grabando sus textos en la piedra. Les educamos en la magia, en las artes, en la literatura y en la poesía; así que fue una alianza bienvenida por todos.

Pero los Enanos son una raza irascible y rencorosa. Son impetuosos y el lado fiero de su temperamento se impuso y les hizo enloquecer. Los Druchii, nuestros traicioneros primos oscuros, atacaron una caravana enana. Tal y como corresponde a su temperamento diabólico, acabaron con todos los guerreros y doncellas y robaron a los Enanos todas las armas que transportaban. El Rey Enano Gotrek Rompeestrellas, cuya ignorancia era conocida incluso por los suyos, no supo distinguir la diferencia entre nuestra raza y la de Naggaroth. De temperamento irascible, envió a un emisario a Ulthuan que solicitó una indemnización ante un acto que no era propio de nuestra raza. Yo mismo me encontraba entre los Elfos que dimos la bienvenida a nuestra ciudad al enviado Enano; pero, debido a su falta de modales, su rudo comportamiento, su desagradable aspecto y su repugnante olor, no cumplió su cometido como emisario.

Juró por su barba que no se iría hasta que se hiciese justicia y, desenfundando su hacha delante de nuestro rey, exigió una compensación. Desde la Secesión, nadie había osado jamás blandir un arma preso de la furia en el interior del palacio del Rey Fénix. Aunque nuestro deber era matarle allí mismo, nos compadecimos de él y le condenamos por sus palabras: le afeitamos su barba salvaje y le expulsamos de Ulthuan.

No puede decirse que los hijos de Aenarion actuemos temerariamente, pues nuestra raza siempre ha tenido predilección por el arco y la flecha. Somos igual que un arco, ya que podemos doblegarnos ante los deseos de otros y vivir en armonía con los que no han sabido encontrar la sabiduría. Pero, igual que la flecha, si nos liberan, podemos golpear con rapidez y certeza y destruir a aquellos que osan interponerse en nuestro camino.

Por tanto, cuando los ejércitos enanos marcharon contra nuestro pueblo con sus corazones ardiendo con un sentimiento erróneo de vengar su orgullo herido, el propio Caledor se puso al frente de la hueste de Ulthuan en un intento de evitar la guerra.

Yo mismo, entre otros, escuchamos sus órdenes, en las que decía que ningún Enano sufriría daño a menos que atacase primero a un Elfo; pero los Enanos estaban cegados y rechazaron nuestra propuesta de paz. La sangre tiñó de rojo los campos, ¡e incluso tiñó las aguas de los ríos! Aun así, les demostramos nuestra piedad. Aunque los Enanos contra los que luché mostraban el brillo del odio en sus ojos, como había dado mi palabra a Caledor, no maté a ninguno que no buscase primero mi muerte. Para evitar más derramamientos de sangre, Caledor hizo llamar al Príncipe Enano Snorri Mediamano y le conminó a que resolvieran la disputa antes de que se perdiesen más vidas innecesariamente.

No obstante, el grosero e infame Príncipe era joven y colérico, así que atacó a Caledor. Este se defendió de los golpes mientras rogaba al Enano que entrase en razón hasta que, al final, el Príncipe no dejó otra salida al Rey que no fuese matarlo. Aquel día mi corazón se entristeció por la pena. Incapaz de derramar una gota más de sangre, nuestro ejército abandonó el campo con el honor intacto.
Pero el arrogante orgullo de los Enanos hizo que Morgrim, primo del fallecido Mediamano, jurase vengar la muerte de su Príncipe. La razón y la sensatez habían abandonado las mentes de los Enanos y se prepararon para la guerra. Durante dos días nos replegamos, pues preferíamos evitar cualquier acción hostil, pero la ira Enana no se aplacó. Llegó el momento en que nos cansamos de huir de una causa que no teníamos por qué defender; así que, con el corazón apenado, nos preparamos para la guerra. Los arqueros intentaron frenar el avance enano. Recuerdo que el cielo se oscureció debido a las nubes de flechas que caían delante de las líneas enanas, pero los Enanos no se detuvieron. Siempre agresores, los enanos ballesteros fueron los primeros en verter sangre enemiga. Como respuesta, les atacamos y por cada enano que caía derramábamos una lágrima; pero, aun así, continuaban llegando más y nosotros seguíamos matándoles. El muro de guerreros Enanos chocó contra nuestra línea y el Señor Imladrik nos instó a no acabar con el enemigo y limitarnos a detener su ataque. Se dio cuenta demasiado tarde de que el ejército de Morgrim estaba sediento de venganza. Su corazón era tan noble, que Imladrik bajó la espada y ofreció su propia vida a cambio de que los Enanos abandonasen la lucha. Morgrim, implacable, mató al indefenso Príncipe y nuestros guerreros se retiraron con la certeza de que los Enanos no tenían honor y de que toda esperanza de paz se había perdido.

No satisfechos con el daño que habían causado a nuestra raza, una sed de sangre encolerizó todavía más los oscuros y codiciosos corazones de los Enanos. Habían coronado a Morgrim el asesino como si se tratase de un héroe y, al haber saboreado las recompensas del mal, ansiaba todavía más. Implacable, se lanzó sobre nuestras ciudades acabando con nuestros conciudadanos y arrasando nuestros campos. La hermosa ciudad de Athel Maraya, un lugar de serena belleza, fue destruida y las muestras de su arte ancestral fueron quemadas. Después, llegaron a Tor Alessi, donde ya se conocían los brutales ataques enanos; pero allí encontraron resistencia, pues el propio Caledor había ido a defender la ciudad. Durante cien días, las máquinas de guerra enanas trataron en vano de echar abajo los resistentes muros construidos por los Elfos. Cuando se dieron cuenta de que su tarea resultaba fútil, los Enanos concentraron su atención en las hermosas torres de la ciudad y las destruyeron sin motivo, pues sabían que estas no poseían valor estratégico alguno. Finalmente, Caledor permitió la entrada a la ciudad a los Enanos si prometían venir en paz. Gotrek Rompeestrellas, Gran Rey de los Enanos, accedió y se hizo acompañar por un séquito de sus sanguinarios guerreros para entrar en nuestra hermosa ciudad. Lamentamos el día en que confiamos en la raza enana, pues aquella misma noche asesinaron a nuestros centinelas y abrieron las puertas de la ciudad. Los Enanos irrumpieron en la ciudad y acabaron con nuestros guerreros mientras dormían. Asaltaron los palacios reales e intentaron acabar con la vida del Rey Fénix, pero Caledor se había despertado, alertado del peligro.

La paciencia y los deseos de paz de Caledor eran tantos que no quiso luchar con Gotrek Rompeestrellas. Los ojos del Rey Enano brillaban con una furia encendida y el Rey Fénix, al observarlo, comprendió que, si acababa con él desaparecería toda esperanza de reconciliación con este pueblo. El Rey Enano atacó a Caledor poseído por una furia enloquecida que nublaba su razón. Permanecí expectante observando el combate desde lejos. Caledor pudo dar un golpe fatal al Enano en muchas ocasiones, pero su ira estaba contenida por su resolución de encontrar la paz. No obstante, Gotrek lo había perdido todo excepto sus deseos de venganza, así que empuñó su martillo con ira, rompió la defensa de Caledor y acabó con el Rey Fénix. Además, como si no tuviera suficiente con este acto tan cruel, el Enano robó la corona al Rey Fénix y su codicia le hizo olvidar todo posible remordimiento tras sus terribles acciones. Regresó a Pico Eterno y allí, a salvo tras los muros de su fortaleza, sacó la recompensa robada con sus manos sucias y manchadas de sangre. Nuestros guerreros, enfurecidos por la amarga herida abierta en sus corazones, se reunieron para intentar recuperar lo que una vez nos perteneció; pero el traicionero Rey Brujo Malekith, el oscuro gobernante de los Elfos Oscuros, había sellado un pacto con los Enanos e invadió Ulthuan antes de que pudiéramos recuperar lo que habíamos perdido.

No somos una raza vengativa, pues conocemos demasiado bien el precio del odio. Ahora buscamos la recompensa, pues conocemos demasiado bien la locura del orgullo. Todo lo que nuestro pueblo desea es recuperar lo que por derecho nos pertenece y oír palabras de remordimiento de labios de aquellos que acabaron con las vidas de nuestras gentes. ¡Hijo mío, tarde o temprano llegará ese día y no tendrás que soportar esta carga como yo!"
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MensajeTema: Re: Historia de los Asur   Historia de los Asur Icon_minitimeVie Jun 06, 2008 2:28 am

Contra la Hueste Oscura

Desde los parapetos de la Puerta del Fénix, el ejército parecía haber aparecido como una marea negra que avanzaba con gran resolución. La primera Arca Negra había sido avistada por los vigías tan solo unas horas antes y ahora, mientras iban congregándose más de esas siniestras ciudadelas flotantes, la hueste de Naggaroth había desembarcado en la orilla. Tyrion permaneció impasible mientras observaba las formaciones de Elfos Oscuros. Habían transcurrido siglos desde la última vez que vio una hueste de dimensiones tan colosales reunida para la guerra contra Ulthuan. La mera idea de sus oscuros parientes corrompiendo el suelo de su hermosa isla le revolvió las tripas. Durante los últimos meses, habían llegado informes de incursiones a lo largo de toda la costa de Ulthuan que habían entristecido su alma y habían acrecentdo su ira con las dolorosas noticias de cada nueva tragedia.

Se decía que el propio Malekith se encontraba al frente de su ejército dispuesto para la batalla, pero Tyrion no podía distinguir al príncipe oscuro. A lo largo de las murallas de la puerta, jóvenes guerreros elfos se ocupaban de transportar carcajs y repartirlos entre la orgullosa guardia de la ciudad. Las dotaciones de los ancestrales "lanzavirotes garra de águila" comprobaban sus máquinas. El ejército enemigo se encontraba ya al alcance de sus armas, pero ningún proyectil se disparó hasta que Tyrion dio la orden.

Se escuchó un grito de terror procedente de una de las torres de vigilancia. Tyrion miró en la dirección en la que había señalado el centinela: un grupo de dragones se precipitaba desde el cielo en dirección a la puerta de la muralla. Gracias a su aguda vista, Tyrion pudo distinguir al jinete que iba al frente de la formación. Un estremecimiento le recorrió la espina dorsal al reconocer al jinete; se trataba de Malekith, el Rey Brujo de Naggaroth.

Mientras los dragones desplegaban sus enormes alas de color negro y describían una extraña ruta en dirección a la torre de la muralla, Tyrion se dio cuenta de cuál era su plan. El aliento nocivo de los dragones acabaría con todos los guerreros de las murallas, lo que permitiría a los Elfos Oscuros avanzar sin temor a encontrarse con la lluvia de flechas que, de otro modo, hubiese caído sobre sus filas. Rápidamente, ordenó a los lanzavirotes que se concentrasen en la nueva amenaza. Mientras esperaba que los dragones se acercaran, mantuvo la espada en alto hasta que procedió a bajarla con un enérgico golpe de brazo. Era la señal de abrir fuego y mientras Tyrion permanecía sin pestañear, a la espera de que décadas de adiestramiento demostraran que había valido la pena, escuchó el crispado sonido de una docena de lanzavirotes disparando un aluvión de pivotes. Dos de los proyectiles alcanzaron su objetivo y surgió un enorme grito de triunfo desde los parapetos que ahogó los alaridos de los dragones agonizantes, que se precipitaron desde el cielo y fueron a parar a las aguas del foso que rodeaba la puerta. El resto de los dragones cambió el curso de su ataque con rapidez y se replegaron hacia sus propias líneas. Tyrion no tenía la más ligera duda de que Malekith regresaría volando a lomos de su dragón para volver a atacar las murallas; pero, por ahora, habían podido contener su ataque.

La aparición de los dragones debía ser la señal para que el ejército elfo oscuro avanzara; pues, a lo lejos, los regimientos de la estirpe amldita habían empezado a moverse una vez más. Tyrion corrió escaleras abajo, hacia el patio de armas. Los Yelmos Plateados ya habían montado y estaban dispuestos en formación ante la decorada y gigantesca puerta. Al pie de las escaleras, la montura de Tyrion, Malhandir, esperaba con paciencia a su señor. Saltó desde las escaleras, atravesó la distancia que le separaba de su montura con elegancia y cayó sobre la grupa de su corcel. Tiró suavemente de las riendas y Malhandir respondió al instante. Existía un vínculo invisible entre Tyrion y su corcel: ninguna otra montura hubiera sabido interpretar del mismo modo sus deseos a la más mínima señal. Tyrion galopó hacia el frente de la formación de caballería, que estaba a la espera de que las puertas se abrieran. Mientras las enormes puertas se movían en silencio, los Yelmos Plateados avanzaron desde el interior de la fortaleza.

El sonido de los cascos de los corceles avanzando sobre el suelo verde se convirtió en una especie de murmullo creciente al aumentar la velocidad de la carga de los Yelmos Plateados. Tyrion sostuvo su arma en alto y, en cuestión de segundos, las brillantes lanzas de los jinetes congregados a su alrededor se estrellaron contra las primeras filas de la Guardia Negra. La hoja de la espada de Tyrion describió un baile de muerte mientras se precipitaba sobre uno tras otro de los diabólicos invasores. Fue entonces cuando divisó el estandarte de un antiguo adversario: ante él se encontraba Kouran, el azote de Ulthuan, Capitán de la Guardia Negra y General de los ejércitos del Rey Brujo. Su nombre era odiado y temido por los Altos Elfos. Dos de los siniestros escoltas de Kouran se adelantaron para proteger a su Señor, pero Malhandir se encabritó y machacó con los cascos el cráneo a ambos.

Kouran elevó su espada para golpear el cuello del corcel blanco de Tyrion; pero, antes de completar lo que debería haber sido un golpe fatal, Tyrion bloqueó el ataque. Más de los implpacables Guardias Negros intentaron hacer caer al noble Alto Elfo de su montura. Tyrion había desafiado a su Capitán, pero no existía el sentido del honor para los de su raza. Las runas grabadas en la afilada hoja de la espada de Tyrion resplandecieron mientras destrozaba a los guerreros de la Guardia Negra que se acercaban demasiado.

Kouran volvió a atacar, esta vez dirigiendo su golpe contra el héroe Alto Elfo; pero ni siquiera la oscura hoja encantada de su espada pudo atravesar la finamente trabajada armadura de Tyrion.

Describiendo un potente arco con su arma, Tyrion asestó un golpe que fue a estrellarse contra el arma de Kouran. Durante un breve instante, las runas de las dos armas brillaron con intensidad. Las oscuras runas grabadas en la hoja del arma de Kouran brillaron con unos amenazantes destellos de color rojo que contrastaban con las runas azules de Colmillo Solar, la espada de Tyrion. Con un potente chasquido, la hoja del arma de Kouran se rompió y Colmillo Solar atravesó el yelmo del héroe de la Guardia Negra, lo que supuso su muerte inmediata.

Estupefactos por la muerte de su campeón, al ataque de los Elfos Oscuros se detuvo por un breve instante. Eso fue más tiempo del que necesitaba Tyrion. Al notar las intenciones de su maestro, Malhandir se replegó majestuosamente antes de emprender una rápida galopada de vuelta hacia la puerta. Los Yelmos Plateados le siguieron y, mientras alcanzaban el gran umbral, Tyrion se apartó con su corcel para permitir que la caballería la precediese. Al ver que se retiraban, los Elfos Oscuros se lanzaron con rapidez en su persecución. Toda la hueste de Naggaroth avanzó fociferando alaridos de furia. Tyrion sabía que las puertas no podrían cerrarse a tiempo y que los Elfos Oscuros los alcanzarían; pero, a la par que las primeras filas se cerraban, Tyrion señaló con su espada en dirección a los parapetos y esperó un segundo antes de bajar la espada.

A su señal, los arqueros de las murallas abrieron fuego. Un aluvión de flechas cayó sobre el ejército que cargaba. Pudo percibirse el sonido familiar de los lanzavirotes disparando una ráfaga de proyectiles contra las líneas de los Elfos Oscuros. La carga de los Druchii vaciló un momento antes de que iniciaran una rápida retirada. Mientras el último de sus oscuros primos huía para ponerse a salvo de las flechas, Tyrion aguantó los estribos de su corcel y levantó la espada en señal de victoria. Tras volver a sentarse de nuevo sobre su montura, el magnífico príncipe élfico se giró para contemplar el ejército que huía y, lentamente, él y su corcel cabalgaron hacia el rastrillo abierto.

Cuando las doradas y decoradas puertas se cerraron tras él, Tyrion supo que sólo habían conseguido un pequeño respiro ante la invasión. Con Malekith al frente de las tropas invasoras, sus soldados deberían seguir luchando durante meses. Si las puertas cayesen, las fuerzas de la oscuridad conquistarían a su pueblo y, una vez recuperado su hogar ancestral, seguro que se lanzarían en pos de la conquista del resto del mundo como un azote de odio. En Ulthuan, los Altos Elfos montarían su resistencia y en Ulthuan descansaría el destino del mundo. Tyrion no tenían miedo; él había nacido para librar esa guerra.


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